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Jueves 3 de Marzo de 2011 07:05

La historia de Mar del Plata en sus manos

El reconocido arquitecto e historiador Roberto Cova abrió las puertas de su casa. A sus 80 años lleva seis libros publicados y va por uno más. Recordó los “años dorados” de la ciudad, lamentó que no se haya cuidado el patrimonio arquitectónico y compartió anécdotas irrepetibles.

La entrevista comienza en 1853, se detiene en varios puntos de los siglos XIX y XX, continúa y concluye a principios del 2011. Una charla con el arquitecto Roberto Cova no sólo ofrece un recorrido a través del tiempo y de la historia de Mar del Plata, sino también una aventura por los caminos de la literatura y el dibujo, un sinfín de anécdotas al borde de lo increíble, decenas de pasajes sobre el arribo de los inmigrantes que definieron nuestro presente y un largo viaje en ferrocarril que permite observar el crecimiento de nuestra ciudad, el desarrollo de la identidad colectiva y una perspectiva que promueve la introspección.

Las paredes de su casa retratan décadas y décadas de historia. Entre tantos dibujos, papeles, fotos, reliquias, libros y adornos que yacen en diferentes rincones de su living -“acá cada cosa tiene su anécdota”, advierte-, el entrevistado toma lugar en su sillón, no espera la pregunta y se lanza a hablar con El Atlántico al segundo en el que el grabador se enciende.

El reconocido arquitecto que en el 2010 celebró sus 80 años y comenzó a escribir su séptimo libro, admite ser un investigador nato, un apasionado por la historia y un fanático por el ferrocarril y la extensión de la red ferroviaria a lo largo y a lo ancho del suelo argentino. Tal vez por sus dos tíos ferroviarios o quizá simplemente por la idea de progreso, unión y acortamiento de las distancias que implicó el desarrollo de este revolucionario medio de transporte.

Elige -precisamente- comenzar la charla relatando una anécdota vinculada al recorrido del tren. De esas que le fascinan contar. De aquellas que todos necesitan conocer y pocos conocen, y de las que mucho se aprende.

“Parece inverosímil lo que voy a contar”, anticipa Cova y se adentra en el relato: “En 1883 viene Dardo Rocha a Mar del Plata, que por entonces era gobernador de la Provincia. Lo invitan porque era partidario del ferrocarril. Él decía que por cada día de gobierno iba a hacer un kilómetro de ferrocarril. Vino en diligencia desde Maipú, porque el ferrocarril hasta ahí llegaba. Ya había alambrado en las estancias en el ´83, antes no había… Lo esperan al gobernador en las circunstancias del momento, pero no viene al mediodía, tampoco a la noche ni al otro día. Al tercer día el intendente (Ovidio Zubiaurre) se enoja terriblemente y manda a un chasque (chico) a Maipú que va a caballo, con un caballo de tiro para cambiar porque el animal que va cargado se cansa más, y antes de salir el intendente le dijo al chasque que en persona le diga al gobernador ´que se vaya a la…´ y le largó una linda retórica”.

“De pronto -continúa- en Maipú se ve una nube de tierra. Es la diligencia que está llegando. Llega al lugar indicado, se asoma el gobernador y el chasque le dice: ´Gobernador, dice el intendente de Mar del Plata que se vaya a la…” (se ríe). Pero esto sigue. El chico vestía un chiripá y causó impresión su llegada. Muchísimos años después, yo tenía a una tía mía que vivía allí y le pregunte: ¿vos no conociste a un chico vestido de chiripá? ´Sí, como no… a Don Nicolás Correa, nunca lo vi con pantalones” (se emociona). Era el chasque. Ella no sabía que yo sabía, porque eso lo escribió un historiador. Tantos años… pero en un pueblo chico como era esto, todo es posible”.

Primera estación. La entrevista viaja sobre los rieles y encuentra su primera parada, un punto más que interesante: la inmigración. Pero las palabras del arquitecto, historiador, dibujante y escritor van más allá de lo que habitualmente se relata. “A mí todavía más que la arquitectura me interesa la inmigración”, asegura y luego desmiente una creencia popular: “Muchos nos reprochan que la decadencia argentina es por culpa de ellos. Pero eso no es así. Ellos se rompieron el lomo trabajando”.

Vale aclarar que una de las particularidades de Roberto Cova es su pasión por el origen de los apellidos. Cree que a partir de allí se puede descifrar mucho acerca de la personalidad de aquel hombre o mujer que porta el apellido, una valiosa identidad que también conlleva una historia.

¿Cómo comenzó a investigar a los inmigrantes?, indagó este medio. “Yo no soy historiador, pero en los archivos -de la Iglesia, de la Municipalidad, de los tribunales…- está todo. En la Iglesia San Pedro fui a buscar el registro y aparecieron todos los apellidos, todos los registros de los apellidos que hoy están en la guía y a partir de allí yo comencé a investigar mucho el tema”, respondió.

En ese mismo sentido, Cova admitió que una vez con los datos en mano, inició la segunda parte de su trabajo: “En papelitos chiquitos empecé a anotar todo lo que me decía la gente. Y después en hojas y hoy tengo 12 cuadernos llenos de notas, y muchas anécdotas de ahí me sirvieron para escribir algunos de mis libros”.

Al día de hoy es autor de seis libros y tiene un séptimo en camino que se titulará “Variaciones marplatenses sobre la casa chorizo y otras historias“. Según explicó, en este último trabajo contará algunas anécdotas vinculadas a su familia. “Las casas chorizo las construyeron los inmigrantes, fundamentalmente italianos. Es una serie de habitaciones, como ésta casa (señala hacia la cocina), una tras otra, que daban a una especie de galería. Esta casa es en realidad la ampliación de una vieja casa chorizo que hay más atrás, que todavía está. La hizo mi abuela en 1912”, sostuvo.

Segunda estación. Esta vez, el ferrocarril se detiene en el corazón de la historia de Mar del Plata. Cuando terminó la carrera de arquitectura en 1954 en la Universidad de Buenos Aires, Roberto Cova volvió a la ciudad. A casi 60 años de aquel regreso, el arquitecto rememoró en detalle cómo era la ciudad balnearia de los años ´50.

“Ya había edificios. Algunos. Pero antes de eso se habían levantado en la calle Colón, desde el Bristol Center hasta Colón, unos chalets espectaculares y árboles, jardines… como el barrio Los Troncos ahora. Era increíble”, aseguró.

No obstante, como arquitecto y hombre enamorado de la ciudad que lo vio desarrollarse, Cova no ve con buenos ojos lo que vino después de aquella época. Se jacta de las demoliciones y de algunas “modernas” construcciones. Dice que la Mar del Plata “de hoy” no le gusta “para nada”. ¿Por qué?: “Primero no se cuidó el patrimonio… yo hice muchos viajes, muchos en barco. En Europa se cuida el patrimonio, porque es historia, porque es turismo, porque es parte de la identidad. Acá no, acá demolemos y construimos algo nuevo y ya está”.

“Tanto que se critica a los inmigrantes y ellos levantaron una ciudad increíble que después la misma gente de acá fue destruyendo”, completó.

Tercera estación. Como se mencionó anteriormente, para Cova, los orígenes son importantes. El arquitecto deja atrás una vez más al presente y se remonta a los últimos años del siglo XIX, época en la que sus abuelos paternos llegaron desde Somma Lombardo para instalarse en un campo de la zona.

”Mi abuela quedó viuda en 1907 y muy joven quedó a cargo de cuatro hijos, entre ellos mi papá, que tenía dos años y que vino a Mar del Plata porque acá vivía su hermano Pedro Colombo, un albañil que había venido a trabajar a la ciudad en 1896 y que había trabajado con Francisco Beltrami, un hombre suizo-italiano que participó de la constricción de la vieja Municipalidad en 1890 y de la Iglesia Santa Cecilia”, rememoró.

Es tal la pasión que Cova guarda por conocer la historia de los inmigrantes y sobre todo la de su familia que realizó decenas de viajes a Europa. “Hice el recorrido de mis abuelos al revés: fui a descubrir Italia, Génova, de donde vinieron mis ancestros”, dijo con orgullo.

Sin embargo, ésta es sólo una parte de su pasado. “Mi mamá es la hermana de Juan Carlos Castagnino -continúa-. Eso viene de Chascomús. Mis primeros ancestros que vinieron fueron unos tatarabuelos que llegaron a Chascomús en 1853; hacía un año que lo habían vencido a Rosas en Caseros y todavía no había línea ferroviaria en el país y en el sur de la Provincia ni había diligencia”.

Recién en 1856 -ya corría el ferrocarril de Buenos Aires a Chascomús- su abuelo Ángel Cova logró radicarse en Mar del Plata en una “casita” de la que Roberto guarda un exquisito recuerdo.

Última estación. Mucho ha quedado en el camino, pues la agilidad mental, la memoria y la innumerable cantidad de experiencias que relata Roberto Cova exceden la capacidad de cualquier entrevista posible. Sin embargo, todo viaje tiene un final, el ferrocarril ha completado su recorrido y el reconocido arquitecto decide finalizarlo tal como lo inició: con una anécdota.

Sobre el comedor de su vivienda, encima de un estante, se encuentra -entre muchas otras cosas- una bola, una esfera maciza y pesada con mezcla de colores vivos. Ya lo había anticipado: “acá cada cosa tiene una anécdota”. Por su puesto ese extraño adorno tenía la suya.

La historia se remonta de inmediato a mediados del siglo XX en el Club Mar del Plata, que funcionó durante años en la esquina de la avenida Luro y la costa. “Fue un edificio de lujo hecho en 1910 y que se quemó el 10 de febrero de 1961. En ese lugar funcionaba la ruleta, antes de que se construya el Casino. Al lado había una galería que en un momento decidieron cerrarla, pero quedaron los arcos de esa galería. Se demolió, pero entre los espacios quedaban las columnas -como las que hay en el Asilo Unzué- y no había tiempo de mandar a pedir a Europa más columnas de ese tipo. Entonces decidieron fabricarlas acá con ´estuco´, que es arena fina dulce, polvo de mármol y arena fina. De ahí salen cosas así (señala la esfera). Esta bola que tengo entre mis manos es de ahí, de ese material, de esa historia”, relató.

“Todo club tenía un intendente -continuó-, en este caso se llamaba Portas. Vivió 100 años, nació en 1851 y murió en 1951. Él tenía una hija que vivía en Rivadavia e Hipólito Yrigoyen. Un día fui a la casa, le pregunté por la bola y me dijo: ´se la hicieron a mi papá, ¿usted la quiere?´. Y aquí está. Toda una historia en mis manos”.

Dibujos: retratos de la nostalgia

El arquitecto Roberto Cova cuenta con orgullo que ha dibujado cientos de chalets, edificios y espacios de Mar del Plata. Algunos se mantienen intactos, otros han sido modificados. La mayoría ya no está.

El historiador guarda decenas de cuadernos con dibujos que no solo presentan una gran precisión y elevado realismo, sino que a su vez promueven la nostalgia de lo que ya no existe.

Cova pasa las hojas del cuaderno, mueve la cabeza y señala: un chalet sobre la calle Bernardo de Irigoyen, una esquina de Garay y Lamadrid vinculada al ex gobernador Dardo Rocha, otro chalet “muy lindo” sobre Roca y Güemes, una vivienda de dimensiones impensadas para la zona en diagonal Alberdi y Santiago del Estero.

“Todas estas cosas increíbles, estos lugares que yo dibujé con mis manos, ya no están, pero queda el retrato y un poquito de nostalgia”, admitió.

Así, en aquellos antiguos cuadernos guardados en un rincón del living de Cova, yace gran parte de la historia de Mar del Plata. Dibujos con extrema precisión, inconfundible talento y evidente profesionalismo.

“Es increíble todo lo que desapareció de la ciudad”

Se lamenta una y otra vez. Roberto Cova no lo puede creer. Recorre la ciudad, recuerda aquellos chalets y construcciones “fantásticas” que ya no están, y sólo baja la mirada y le resulta “increíble todo lo que desapareció de la ciudad”.

Al respecto, el arquitecto señala: “Había unos chalets que eran un lujo. No se ha cuidado nada de nada. El patrimonio parece que no existe. La verdad que es una lástima como está la ciudad, un desastre”.

“Hay cosas que uno no puede creer que ya no estén. Es como si hoy sacaran, no sé, un edificio súper conocido. Desde antes de los años ´20, de tanto crecimiento. Que algo tan tradicional ya no esté ahí me da mucha tristeza porque lo viví durante muchos años de mi vida. Era parte de una postal de Mar del Plata que lamentablemente ya no está y quedó lo que quedó”, completó.

Fuente: Diario El Atlántico