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Martes 15 de Febrero de 2011 20:11

Las 10 golosinas favoritas de los adultos argentinos

De los recreos de la primaria, a los cajones de la oficina: los dulces que cautivan a toda una generación

Hay golosinas que parecen haber estado en los quioscos desde que el mundo fue creado. ¿O alguna vez viste un quiosco que no tuviera una Rhodesia, un Cabsha o un paquete de DRF? Los dulces que marcaron nuestra infancia siguen vigentes en nuestra adultez. Estos son 10 de los hay que probar para viajar un rato en el tiempo.

1. Cabsha

¿Qué importa pegotearse los dedos abriendo el embadurnado doblez de papel metalizado? ¿Cuánto más importa que la golosina dure lo que un bocado? Los instantes en que trituramos ese tierno bizcocho, mientras el dulce de leche, apenas rociado de licor, se derrama, provocan un placer exultante y perdurable.

2. Chicles Adams

Ya sea en cajita de 12 unidades, o en las de 2, lo irresistible de Chiclet´s Adams era sacudirlos y oír las coberturas acarameladas golpeteando. Masticarlos sin ese paso previo era una picardía. Un dato: Thomas Adams, fundador de la empresa, fue el primero en comercializar chicles en 1870. Actualmente, la marca es comercializada por Cadbury.

3. Alfajor Jorgito

Ya lo dice el lema: es “el nombre del alfajor”. Y en el año de su cincuentenario, la fórmula sigue siendo inalterable. Los clásicos son los de chocolate, con una cobertura generosa en los bordes; pero la alternativa del dulce de leche, con deliciosas placas de azúcar impalpable que se desploman al abrir el paquete, permanece única e inigualable.

4. Chocolatín Jack

Gran parte de la cultura pop más naif pasó oculta por estos mini cajoncitos de chocolate: de los titanes de Martín Karadagián a la familia Simpson. De chico, se los compraba por sus “muñequitos”; de grande, por esos deliciosos, si bien escasos, bordes de chocolate con leche.

5. Mantecol

Entre duro y blando, postre y turrón, dulce y grasoso. Empezó como golosina y llegó a ser torta. La inventó un tal Miguel Georgalos, de procedencia griega y dueño de la compañía que lleva su nombre; de hecho, Mantecol está inspirado en recetas griegas. A 60 años desde su aparición, sigue siendo una de las golosinas con mayor personalidad en el quiosco.

6. Galletitas Manón

Un clásico escolar. Entre las Manón y las Lincoln se disputaba la merienda de los recreos. Aunque muchos admiten que era una galletita aburrida, tenía un suave sabor a leche, y por eso se la usa en la elaboración de tortas caseras. Además, son el ingrediente principal de la Tita.

7. Tita y Rhodesia

Tita y Rhodesia son un clásico que ha divido familias. La Tita, con relleno esencia a limón y bañada en chocolate, un tanto dura, versus la Rhodesia, con esa crocante oblea que tras ser mordida derrapaba todo el chocolate, obligando luego a pasar la lengua por el envoltorio. Con el tiempo, ambas se convirtieron en clásicas. Se siguen vendiendo, aunque con un desafortunado cambio de packaging: se reemplazó el papel metalizado por un desalmado celofán plástico.

8. Bananita Dolca

Ni en EE.UU. ni en Europa se consigue algo así. Hace poco trascendió que la misteriosa masa amarilla por la que tantos mueren de amor, es sólo un vulgar fondant de pastelería, y por ende circulan profanas recetas para prepararla. Todo esfuerzo será fútil. La verdadera fórmula permanece oculta y habrá que seguir recurriendo al quiosco para degustarla.

9. Biznikke Nevado

Imaginar una galletita recubierta de chocolate, incluso en proporciones generosas, no auspicia demasiada satisfacción. Sin embargo, algo en esa fórmula hace del Biznikke una golosina única en su clase. Quizá sea por el tornasolado blanquinegro (el “nevado”) de la cobertura; pero a medida que los bocados avanzan, el placer de sentir cómo la galletita se disuelve en chocolate se hace más intenso. Llegando al final, a diferencia de sus congéneres, sacia. No pide repetición.

10. Pastillas DRF

En el país siempre hubo abundancia de buenos caramelos, desde los confites Sugus hasta los corazoncitos Dorin´s. Pero por alguna razón (su anís dulzón, la facilidad con que el paquete se introduce en cualquier rincón de la ropa), las pastillas DRF llegaron al alma del consumidor. Desde aquí, nuestro homenaje a Don Darío Rodríguez Fuente.

Por Jorge Luis Fernández
Revista JOY