Es un clásico de clásicos, para muchos, el videojuego más popular de la historia, no sólo por su longevidad, sino por la cantidad de dispositivos en los que ha aparecido, incluyendo computadoras, consolas, celulares, relojes e incluso edificios.

Es el Tetris, creado en 1984 por el ruso Alexey Pajitnov, que por entonces trabajaba en el Centro de Computación de la Academia de Ciencias de Moscú (en plena Guerra Fría) y pensó en probar hacer rompecabezas como una forma de probar las nuevas computadoras personales a las que comenzaba a tener acceso (la PC había nacido tres años antes). Lo ayudó un joven estudiante llamado Vadim Gerasimov, que por entonces tenía 16 años, y que fue el encargado de hacer la versión para DOS, según cuenta en su página personal.

Su primer juego tenía 7 piezas hechas con bloques cuadrados, así surgió el nombre Tetris, que deriva de la palabra griega tetra, cuyo significado es cuatro. A Pajitnov le interesaba un juego ruso tradicional, llamado Pentaminos, que consiste en encajar bloques de madera de formas diversas en un espacio rectangular.

El Tetris original era en blanco y negro, diseñado para una computadora rusa llamada Elektronila 60 que no tenía gráficos; todos los movimientos se hacían con caracteres.

En 1988 el Tetris llegó a Estados Unidos, pero el verdadero espaldarazo se lo dio el Game Boy de Nintendo en 1989. Pero Pajitnov recién recibió regalías por el juego en 1996; hasta entonces iba todo a organismos estatales rusos. Entonces fundó Blue Planet Software, la compañía que administra la licencia del Tetris (hoy The Tetris Company). Pajitnov trabajó en Microsoft entre 1991 y 2001 diseñando videojuegos.

¿Por qué es popular el Tetris? “Nadie lo sabe”, dijo en una entrevista en 2001. “Ese es el gran secreto. Hay varias teorías. Una sostiene que el motivo está en la necesidad humana de vivir en orden y armonía. Uno tiene una situación aleatoria, caótica, y la misión es crear orden. La otra teoría dice que todos nuestros logros, los bloques que acomodamos, desaparecen tan pronto como se alinean. Entonces lo que tenemos frente a los ojos son todos nuestros errores terribles. Nos hace querer ordenarlos constantemente. Pero, insisto, en realidad, nadie lo sabe.”

Fuente: La Nación